Vamos a poder disfrutar de la historia de uno de los personajes mas ilustres de cuantos nacieron en esta ciudad, ya que contribuyo a lo que hoy en día conocemos como algo muy normal, los derechos humanos.
Bartolomé de
las Casas nació en Sevilla (España) el 24 de agosto de 1474. Fue hijo de don
Pedro de Las Casas, quien participó en el Segundo Viaje de Cristóbal Colón al
Nuevo Mundo. En su juventud estudió el idioma Latín en Salamanca.
Su padre,
Pedro de las Casas, era un comerciante proveniente de una familia francesa de
apellido Casaus que emigró a Sevilla. Según uno de sus biógrafos, esta familia
era de origen judeoconverso, aunque
otros afirman que eran cristianos viejos.
De acuerdo a
Antonio de Remesal, quien fue su primer biógrafo, Las Casas nació en Sevilla en
1474, pero las investigaciones de Helen Rand Parish y Harold E. Weidman de
1976, determinaron que la fecha más probable de nacimiento del fraile fue el 11
de noviembre de 1484 en Triana.
Siendo niño
conoció a los Reyes Católicos y a Cristóbal Colón; pues su padre, Pedro de las
Casas, participó en los viajes del almirante. En 1499 tuvo la oportunidad de
conocer a un indio que había sido traído por Colón y regalado a su padre como
sirviente.
En 1502,
llegó a la isla La Española (Santo Domingo), y se dedicó a la extracción de oro
explotando a los indios de su encomienda, participando
en la campaña de conquista del gobernador Nicolás de Ovando, y bajo las órdenes
del capitán Diego Velázquez de Cuéllar en el Cacicazgo de Higüey, por tal
motivo recibió una encomienda en la Villa de la Concepción de la Vega, la cual
administró hasta 1506, cuando regresó a Sevilla,
donde recibió órdenes sagradas menores al sacerdocio.
En 1507 viajó a Roma y se ordenó como
presbítero. Regresó a La Española en 1508 y participó en varias expediciones contra los indígenas. A solicitud de Diego Velázquez, en la
primavera de 1512 se trasladó a Cuba como capellán del conquistador Pánfilo de
Narváez. En1513, después de la matanza de Caonao, Narváez le cuestionó:
"¿Qué parece a vuestra merced destos nuestros españoles qué han
hecho?", formulando la pregunta como si el capitán no tuviese que ver con
esas acciones. Las Casas le respondió: "Que os ofrezco a vos y a ellos al
diablo". Por haber participado en las campañas, recibió un repartimiento
junto con Pedro de Rentería, en Jagua, cuyos indios trabajaban en la minería.
Como recompensa por sus acciones durante la
conquista de Cuba, en 1514 recibió un nuevo repartimiento de indios en
Canarreo, junto al río Arimao (cerca de Cienfuegos). Pero Las Casas tomó
conciencia paulatinamente de lo injusto que era el sistema y se convenció de
que debía «procurar el remedio de esta gente divinamente ordenado».
El 15 de agosto de 1514, día de la
Asunción, a la edad de treinta años, pronunció un sermón en Sancti Spíritus
durante el cual renunció a sus repartimientos públicamente, influido por la predica indigenista
del fraile Antonio de Montesinos, renunció a sus encomiendas, para convertirse
en un acérrimo defensor de los nativos que estaban siendo exterminados
cruelmente por los conquistadores: "Yo soy la voz que clama en el
desierto...".
Se le negó la absolución debido a que en
esa época, aún mantenía su repartimiento.
En 1515 se
trasladó a Santo Domingo, donde se vinculó con los frailes dominicos. Fray
Pedro de Córdoba lo envió a España en compañía de Antonio de Montesinos para
abogar por los indios; los frailes llegaron a Sevilla el 6 de octubre, en diciembre
del mismo año, lograron entrevistarse con el rey Fernando el Católico, con el
secretario Lope de Conchillos y con el obispo de Burgos Juan Rodríguez de
Fonseca, pero los resultados fueron adversos a sus peticiones.
Debido al
fracaso, y tras la muerte del rey Fernando el Católico a principios de 1516,
Montesinos y Las Casas viajaron a Madrid para realizar nuevas peticiones al
cardenal Francisco Jiménez de Cisneros quien ejercía la regencia de la corona
de Castilla; en abril, Cisneros determinó enviar a tres frailes jerónimos para
ejercer la gobernación de La Española. Las Casas fue comisionado consejero de
los frailes y se le nombró procurador y protector universal de todos los
indios. Cargo similar al de Ombudsman de Suecia que fue instituido a principios
del siglo XIX.
Primero ante
el rey Fernando "El Católico" y después ante Carlos I, Bartolomé de
las Casas criticó duramente los crueles métodos de explotación que padecían los
indios. Gracias a sus gestiones en 1542 la Corona promulgó las "Leyes
Nuevas", donde se prohibió la esclavitud de los indígenas, quienes pasaron
a ser vasallos tributarios del Rey de España.
En 1517, las
Casas se sintió insatisfecho por la actuación de los frailes jerónimos, pues la
opresión, y esclavitud de los indígenas persistió en La Española. En el mes de
junio, decidió regresar a España para dar cauce a sus quejas, sin embargo el
cardenal Cisneros murió en el mes de noviembre. El fraile se entrevistó con el
cardenal Adriano de Utrecht, quien le recomendó esperar una entrevista con el
rey Carlos I.
En 1518 Las
Casas planeó un proyecto para colonizar tierras de indios con labradores
reclutados en España. En 1519 Las Casas impugnó las acciones del fraile
franciscano Juan de Quevedo, quien había sido nombrado obispo de Santa María la
Antigua del Darién pronunciándose a favor de la esclavitud de los indígenas.
Al igual que
Pedro Mártir de Anglería, en abril de 1520 Las Casas conoció a los indígenas
totonacas que fueron llevados ante la presencia del nuevo monarca por Alonso
Hernández Portocarrero y Francisco de Montejo, ambos emisarios de Hernán
Cortés; un par de meses más tarde en Santiago de Compostela el Consejo de
Castilla autorizó a Las Casas llevar a cabo el proyecto para crear una colonia
pacífica en el territorio de Cumaná, para que él aplicase sus teorías, las
cuales consistían en poblar la tierra firme, sin derramar sangre y anunciar el
evangelio, sin estrépito de armas.
Volvió a las
Indias en 1520, intentando poner en marcha su encomienda, siempre en contra de
la esclavitud de los indios, el proyecto fracasó porque en su ausencia los
indios se rebelaron. Desengañado, entró en la Orden de Santo Domingo, quienes
por entonces estaban elaborando una reflexión sobre el derecho en la Escuela de
Salamanca, criticando muchos aspectos de la colonización de América y entre
ellos el sistema de encomiendas. A partir de 1521 se retiró para dedicarse al
estudio de la teología, la filosofía y el derecho canónico y medieval, y
comenzó a escribir su Historia de las Indias.
En 1535
regresa a América donde intenta de nuevo un programa de colonización pacífica
en Guatemala, donde obtiene un relativo éxito; vuelve de nuevo a España en 1540
y en Valladolid, visita de nuevo al rey Carlos I. Éste, prestando oídos a las
demandas de Las Casas y a las nuevas ideas del derecho de gentes difundidas por
Francisco de Vitoria, convocó al Consejo de Indias, en las que se conocen como
Juntas de Valladolid o Comisión de Valladolid.
Como
consecuencia de lo que se discutió, se promulgaron el 20 de noviembre de 1542 las
Leyes Nuevas. En ellas se prohibía la esclavitud de los indios y se ordenaba
que todos quedaran libres de los encomenderos y fueran puestos bajo la
protección directa de la Corona. Se disponía además que, en lo concerniente a
la penetración en tierras hasta entonces no exploradas, debían participar
siempre dos religiosos, que vigilarían que los contactos con los indios se
llevaran a cabo en forma pacífica dando lugar al diálogo que propiciara su
conversión. A finales de ese mismo año terminó de redactar en Valencia su obra
más conocida, Brevísima relación de la destrucción de las Indias, dirigida al
príncipe Felipe (futuro Felipe II), entonces encargado de los asuntos de
Indias.
Se le
ofreció el obispado de Cuzco, importantísimo en aquel momento, pero Las Casas
no aceptó, aunque sí aceptó el obispado de Chiapas en 1543, con el encargo de
poner en práctica sus teorías. Residió allí durante dos años para regresar
definitivamente a España en 1547. Durante su obispado en Chiapas residió en la
Ciudad Real de Chiapas, hoy llamada San Cristóbal de las Casas en su honor.
Renunció a
su obispado y continuó con su labor de defensa de los indios hasta su muerte,
lo que le valió ser conocido como el Apóstol de los Indios. En Valladolid,
entre 1550 y 1551, mantuvo una polémica con Juan Ginés de Sepúlveda («La
controversia de Valladolid») sobre la legitimidad de la conquista, se discute
quién ganó esta controversia, ya que ambos se consideraron ganadores, sin
embargo los trabajos de Ginés de Sepúlveda no obtuvieron autorización para ser
publicados. Bartolomé de Las Casas murió en Madrid en 1566.
Junto con
Francisco de Vitoria, Bartolomé de las Casas es considerado uno de los
fundadores del derecho internacional moderno y un gran protector de los indios
y precursor de los derechos humanos junto al jesuita portugués António Vieira.
Aunque desde perspectivas opuestas, tanto él como Vitoria se ocuparon del
problema alrededor del cual emergió el derecho de gentes en la época moderna:
la definición de las relaciones entre los imperios europeos y los pueblos del
llamado "Nuevo Mundo". Esta tarea requería de la creación de un marco
jurídico suficientemente amplio como para ser válido al mismo tiempo para
europeos y aborígenes. La tradición legal que fue usada para tal fin fue precisamente
la del derecho natural, la cual fue tomada del derecho medieval y la filosofía
estoica. De las Casas consideró que los indígenas tenían uso de razón, tanto
como los antiguos griegos y romanos, y que como criaturas racionales eran seres
humanos. Como tales, los indígenas estaban cobijados por el derecho natural y
eran titulares de los derechos a la libertad y a nombrar sus autoridades.
Su
contribución a la teoría y práctica de los derechos humanos puede apreciarse en
su "Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias", el cual, por
ser escrito a mediados del siglo XVI, constituye el primer informe moderno de
derechos humanos. En él describe las atrocidades a las que fueron sometidos los
indígenas de las Américas por los conquistadores españoles. Un párrafo puede
dar una idea de los hechos que narra este libro: "Otra vez, este mesmo
tirano fue a cierto pueblo que se llamaba Cota, y tomó muchos indios he hizo
despedazar a los perros quince o veinte señores y principales, y cortó mucha
cantidad de manos de mujeres y hombres, y las ató en unas cuerdas, y las puso
colgadas de un palo a la luenga, porque viesen los otros indios lo que habían
hecho a aquellos, en que habría setenta pares de manos; y cortó muchas narices
a mujeres y a niños".
Su obra
escrita más conocida es "Brevísima relación de la destrucción de las
Indias", donde relató las crueldades de los conquistadores durante la
invasión a América.
El resto de
obras en su haber son:
-Historia de
la destrucción de las Indias
-De único
vocationis modo, conocida en español como Del único modo de atraer a todos los
pueblos a la verdadera religión, 1537
-Los
dieciséis remedios para la reformación de las Indias
-Apologética
historia sumaria
-De
thesauris
-Treinta
proposiciones muy jurídicas
La iglesia
católica comenzó su proceso de beatificación en el año 2009.
LEYENDA NEGRA: BARTOLOMÉ DE LAS CASAS (Lectura recomendada para indigenistas)
Vittorio MESSORI
A Bartolomé de Las Casas se le atribuye la responsabilidad
de la colonización española de las Américas. Un nombre que se saca siempre a
relucir cuando se habla de las más afortunadas de sus obras, con un título que
en sí constituye un programa: Brevísima
relación de la destrucción de las Indias. Una destrucción; si así
define un español, para más señas fraile dominico, la conquista del Nuevo
Mundo, ¿cómo encontrar argumentos en defensa de esa empresa? ¿Acaso el proceso
no se cerró con un inapelable veredicto en contra para la colonización ibérica?
Pues no, no se cerró en absoluto. Es más, la verdad y la
justicia imponen el que no se acepten sin críticas las invectivas de Las Casas;
para usar la expresión que utilizan los historiadores más actualizados, ha
llegado el momento de someterlo a una especie de proceso, a él, tan furibundo
en los que iniciaba contra otros.
En primer lugar, ¿quién era Las Casas? Nació en Sevilla en
1474, hijo del rico Francisco Casaus, cuyo apellido delata orígenes judíos.
Algunos estudiosos, al realizar un análisis psicológico de la personalidad
compleja, obsesiva, «vociferante», siempre dispuesta a señalar con el dedo a
los «malos», de Bartolomé Casaus, convertido luego en el padre Las Casas, han
llegado incluso a hablar de un «estado paranoico de alucinación», de una «exaltación
mística, con la consiguiente pérdida del sentido de la realidad».
Juicios severos que, sin embargo, han sido defendidos por grandes historiadores
como Ramón Menéndez Pidal.
Se trata de un estudioso español, por lo que se podría
sospechar de parcialidad.
Pero William S. Maltby no es español, sino norteamericano
de orígenes anglosajones, profesor de Historia de Sudamérica en una universidad
de Estados Unidos, y en 1971 publicó un estudio sobre la «leyenda negra», los
orígenes del mito de la crueldad de los «papistas» españoles. Maltby escribió, entre otras cosas,
que «ningún
historiador que se precie puede hoy tomar en serio las denuncias injustas y
desatinadas de Las Casas» y concluye: «En resumidas cuentas, debemos decir
que el amor de este religioso por la caridad fue al menos mayor que su respeto
por la verdad.»
Ante este fraile que con sus acusaciones inició la
difamación de la gigantesca epopeya española en el Nuevo Mundo, hubo quienes
pensaron que tal vez sus orígenes judíos entraron en juego inconscientemente.
Como si se tratara de un resurgir de la hostilidad ancestral contra el
catolicismo, sobre todo el español, culpable de haber alejado a los judíos de
la península Ibérica. Con demasiada frecuencia se escribe la historia dando por
sentado que sus protagonistas se comportan pura y exclusivamente de forma
racional y no se quiere admitir (¡precisamente en el siglo del psicoanálisis!)
la influencia oscura de lo irracional, de las pulsiones ocultas incluso para
los mismos protagonistas. Por lo tanto, es muy posible que ni siquiera Las
Casas haya podido sustraerse a un inconsciente que, a través de la obsesiva
difamación de sus compatriotas, incluidos sus hermanos religiosos, respondía a
una especie de venganza oculta.
Sea como fuere, el padre de Bartolomé, Francisco Casaus,
acompañó a Colón en su segundo viaje al otro lado del Atlántico, se quedó en
las Antillas y, confirmando las dotes de habilidad e iniciativa semíticas, creó
una gran plantación donde se dedicó a esclavizar a los indios, práctica que,
como hemos visto, había caracterizado el primer período de la Conquista y, al
menos oficialmente, sólo ese período. Después de cursar estudios en la
Universidad de Salamanca, el joven Bartolomé partió con destino a las Indias,
donde se hizo cargo de la pingüe herencia paterna, y hasta los treinta y cinco
años o más, empleó los mismos métodos brutales que denunciaría más tarde con
tanto ahínco.
Gracias a una conversión superaría esta fase para
convertirse en intransigente partidario de los indios y de sus derechos. Tras
su insistencia, las autoridades de la madre patria atendieron sus consejos y
aprobaron severas leyes de tutela de los indígenas, lo que más tarde iba a
tener un perverso efecto: los propietarios españoles, necesitados de abundante
mano de obra, dejaron de considerar conveniente el uso de las poblaciones
autóctonas que algún autor define hoy como «demasiado protegidas», y comenzaron a prestar atención a
los holandeses, ingleses, portugueses y franceses que ofrecían esclavos
importados de África y capturados por los árabes musulmanes.
La trata de negros (colosal negocio prácticamente en manos
de musulmanes y protestantes) sólo afectó de forma marginal a las zonas bajo
dominio español, en especial y casi en exclusiva, a las islas del Caribe. Basta
con que viajemos por esas regiones cuya población, en la zona central y andina,
es en su mayoría india y, en la zona meridional entre Chile y Argentina,
exclusivamente europea, para que podamos comprobar que es raro encontrar
negros, a diferencia del sur de Estados Unidos, Brasil y las Antillas francesa
e inglesa.
Sin embargo, aunque en número reducido en comparación con
las zonas bajo dominio de otros pueblos, los españoles comenzaron a importar
africanos, entre otros motivos porque no se extendió a ellos la protección
otorgada a los indios, implantada en tiempos de Isabel la Católica y
perfeccionada posteriormente. Aquellos negros podían ser explotados (por lo
menos en las primeras épocas, pues incluso a ellos les iba a llegar una ley
española de tutela, cosa que nunca iba a ocurrir en los territorios ingleses), pero
hacer lo mismo con los indios era ilegal (y las audiencias, los tribunales de
los virreyes españoles, no solían ir con bromas). Se trata pues, de un efecto
imprevisto y digamos que perverso de la encarnizada lucha emprendida por Las
Casas que, si bien se batió noblemente por los indios, no hizo lo mismo por los
negros a los que no dedicó una atención especial, cuando comenzaron a afluir,
después de ser capturados en las costas africanas por los musulmanes y
conducidos por los mercaderes de la Europa del norte.
Pero volvamos a su conversión, determinada por los sermones
de denuncia de las arbitrariedades de los colonos (entre los que él mismo se
encontraba) pronunciados por los religiosos -lo cual confirma la vigilancia
evangélica ejercida por el clero regular-. Bartolomé de Las Casas se ordenó
cura primero y luego dominico y dedicó el resto de su larga vida a defender la
causa de los indígenas ante las autoridades de España.
Es preciso que reflexionemos, en primer lugar, sobre el
hecho de que el ardiente religioso haya podido atacar impunemente y con
expresiones terribles no sólo el comportamiento de los particulares sino el de
las autoridades. Por utilizar la idea del norteamericano Maltby, la monarquía
inglesa no habría tolerado siquiera críticas menos blandas, sino que habría
obligado al imprudente contestatario a guardar silencio. El historiador dice
también que ello se debió «además de a las cuestiones de fe, al hecho de que la libertad de
expresión era una prerrogativa de los españoles durante el Siglo de Oro, tal
como se puede corroborar estudiando los archivos, que registran toda una gama
de acusaciones lanzadas en público -y no reprimidas- contra las autoridades».
Por otra parte, se reflexiona muy poco sobre el hecho de
que este furibundo contestatario no sólo no fue neutralizado, sino que se hizo
amigo íntimo del emperador Carlos V, y que éste le otorgó el título oficial de
protector general de todos los indios, y fue invitado a presentar proyectos
que, una vez discutidos y aprobados a pesar de las fuertes presiones en contra,
se convirtieron en ley en las Américas españolas.
Nunca antes en la historia un profeta, tal como Las Casas
se consideraba a sí mismo, había sido tomado tan en serio por un sistema
político al que nos presentan entre los más oscuros y terribles.
Por lo tanto, las denuncias de Bartolomé de Las Casas
fueron tomadas radicalmente en serio por la Corona española, lo cual la impulsó
a promulgar severas leyes en defensa de los indios y, más tarde, a abolir la
encomienda, es decir, la concesión temporal de tierras a los particulares, con
lo que causó graves daños a los colonos.
Jean Dumont dice al respecto: «El fenómeno de Las Casas es ejemplar
puesto que supone la confirmación del carácter fundamental y sistemático de la
política española de protección de los indios. Desde 1516, cuando Jiménez de
Cisneros fue nombrado regente, el gobierno ibérico no se muestra en absoluto
ofendido por las denuncias, a veces injustas y casi siempre desatinadas, del
dominico. El padre Bartolomé no sólo no fue objeto de censura alguna, sino que
los monarcas y sus ministros lo recibían con extraordinaria paciencia, lo
escuchaban, mandaban que se formaran juntas para estudiar sus críticas y sus
propuestas, y también para lanzar, por indicación y recomendación suya, la
importante formulación de las "Leyes Nuevas". Es más: la Corona
obliga al silencio a los adversarios de Las Casas y de sus ideas.»
Para otorgarle mayor autoridad a su protegido, que difama a
sus súbditos y funcionarios, el emperador Carlos V manda que lo ordenen obispo.
Por efecto de las denuncias del dominico y de otros religiosos, en la
Universidad de Salamanca se crea una escuela de juristas que elaborará el
derecho internacional moderno, sobre la base fundamental de la «igualdad
natural de todos los pueblos» y de la ayuda recíproca entre la gente.
Se trataba de una ayuda que los indios necesitaban de
especial manera; tal como hemos recordado (y a menudo se olvida) los pueblos de
América Central habían caído bajo el terrible dominio de los invasores aztecas,
uno de los pueblos más feroces de la historia, con una religión oscura basada
en los sacrificios humanos masivos. Durante las ceremonias que todavía se
celebraban cuando llegaron los conquistadores para derrotarlos, en las grandes
pirámides que servían de altar se llegaron a sacrificar a los dioses aztecas
hasta 80.000 jóvenes de una sola vez. Las guerras se producían por la necesidad
de conseguir nuevas víctimas.
Se acusa a los españoles de haber provocado una ruina
demográfica que, como vimos, se debió en gran parte al choque viral. En
realidad, de no haberse producido su llegada, la población habría quedado
reducida al mínimo como consecuencia de la hecatombe provocada por los
dominadores entre los jóvenes de los pueblos sojuzgados. La intransigencia y a
veces el furor de los primeros católicos desembarcados encuentran una fácil
explicación ante esta oscura idolatría en cuyos templos se derramaba sangre
humana.
En los últimos años, la actriz norteamericana Jane Fonda
que, desde la época de Vietnam intenta presentarse como «políticamente
comprometida» defendiendo causas equivocadas, quiso sumarse al conformismo
denigratorio que hizo presa de no pocos católicos. Si estos últimos lamentan
(cosa increíble para quien conoce un poco lo que eran los cultos aztecas) lo
que llaman «destrucción
de las grandes religiones precolombinas», la Fonda fue un poco más
allá al afirmar que aquellos opresores «tenían una religión y un sistema social mejores que el impuesto por los
cristianos mediante la violencia». Un estudioso, también
norteamericano, le contestó en uno de los principales diarios, y le recordó a
la actriz (tal vez también a los católicos que lloran por el «crimen cultural»
de la destrucción del sistema religioso azteca) cómo era el ritual de las
continuas matanzas de las pirámides mexicanas.
He aquí lo que le explicó: «Cuatro sacerdotes aferraban a la
víctima y la arrojaban sobre la piedra de sacrificios. El Gran Sacerdote le
clavaba entonces el cuchillo debajo del pezón izquierdo, le abría la caja
torácica y después hurgaba con las manos hasta que conseguía arrancarle el
corazón aún palpitante para depositarlo en una copa y ofrecérselo a los dioses.
Después, los cuerpos eran lanzados por las escaleras de la pirámide. Al pie, los
esperaban otros sacerdotes para practicar en cada cuerpo una incisión desde la
nuca a los talones y arrancarles la piel en una sola pieza. El cuerpo
despellejado era cargado por un guerrero que se lo llevaba a su casa y lo
partía en trozos, que después ofrecía a sus amigos, o bien éstos eran invitados
a la casa para celebrarlo con la carne de la víctima. Una vez curtidas, las
pieles servían de vestimentas a la casta de los sacerdotes.»
Mientras que los jóvenes de ambos sexos eran sacrificados
así por decenas de miles cada año, pues el principio establecía que la ofrenda
de corazones humanos a los dioses debía ser ininterrumpida, los niños eran
lanzados al abismo de Pantilán, las mujeres no vírgenes eran decapitadas, los
hombres adultos, desollados vivos y rematados con flechas. Y así podríamos
continuar con la lista de delicadezas que dan ganas de desearle a Jane Fonda (y
a ciertos frailes y clericales varios que hoy en día se muestran tan virulentos
contra los «fanáticos» españoles) que pasara por ellas y que después nos dijera
si es verdad que «el cristianismo fue peor».
Algo menos sanguinarios eran los incas, los otros invasores
que habían esclavizado a los indios del sur, a lo largo de la cordillera de los
Andes. Como recuerda un historiador: «Los incas practicaban sacrificios humanos para alejar un peligro, una
carestía, una epidemia. Las víctimas, a veces niños, hombres o vírgenes, eran
estranguladas o degolladas, en ocasiones se les arrancaba el corazón a la
manera azteca.»
Entre otras cosas, el régimen impuesto por los dominadores
incas a los indios fue un claro precursor del «socialismo real» al estilo
marxista. Obviamente, como todos los sistemas de este tipo, funcionaba tan mal
que los oprimidos colaboraron con los pocos españoles que llegaron
providencialmente para acabar con él. Igual que en la Europa oriental del siglo
XX, en los Andes del siglo XVI estaba prohibida la propiedad privada, no
existían el dinero ni el comercio, la iniciativa individual estaba prohibida,
la vida privada se veía sometida a una dura reglamentación por parte del
Estado. Y, a manera de toque ideológico «moderno», adelantándose no sólo al
marxismo sino también al nazismo, el matrimonio era permitido sólo si se
seguían las leyes eugenésicas del Estado para evitar «contaminaciones raciales»
y asegurar una «cría humana» racional.
A este terrible escenario social, es preciso añadir que en
la América precolombina nadie conocía el uso de la rueda (a no ser que fuera
para usos religiosos), ni del hierro, ni se sabía utilizar el caballo que, al
parecer, ya existía a la llegada de los españoles y vivía en algunas zonas en
estado bravío, pero los indios no sabían cómo domarlo ni habían inventado los
arreos. La falta de caballos significaba también la ausencia de mulas y asnos,
de modo que si a ello se añade la falta de la rueda, en aquellas zonas
montañosas todo el transporte, incluso el necesario para la construcción de los
enormes palacios y templos de los dominadores, lo realizaban las hordas de
esclavos.
Sobre estas bases los juristas españoles, dentro del marco
de la «igualdad natural de todos los pueblos», reconocieron a los europeos el
derecho y el deber de ayudar a las personas que lo necesitasen. Y no puede
decirse que los indígenas precolombinos no estuviesen necesitados de ayuda. No
hay que olvidar que por primera vez en la historia, los europeos se enfrentaban
a culturas muy distintas y lejanas. A diferencia de cuanto harían los
anglosajones, que se limitarían a exterminar a aquellos «extraños» que
encontraron en el Nuevo Mundo, los ibéricos aceptaron el desafío cultural y
religioso con una seriedad que constituye una de sus glorias.
-"El
Padre las Casas" de José Martí (Sobre la vida de Bartolomé de las Casas)
-Vidas Cruzadas - Cristobal Colon y Bartolome de las Casas
-Bartolomé de las Casas, entre la Leyenda Negra y los Derechos Humanos
antoniocamel©2012
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