El origen de Mateo Vázquez queda sumido en las sombras. Una historia cuenta que era hijo de un marinero italiano llamado Andrea Barrasi que debió contraer matrimonio en Sevilla con Dña. María Vázquez de Leca, otra que la Inquisición
del reino de Cerdeña incoó un informe en 1572 donde se llega a la
conclusión de que era hijo de Santo de Ambrosini de Leca e Isabel de
Luchiano, naturales de la localidad corsa de Coya.
Se crió en el Palacio Arzobispal de Sevilla, bajo la protección del cardenal Rodrigo de Castro. Su carrera fue deslumbrante, a los 14 años ya era canónigo de la Colegial del Salvador, a los 18 heredó la canonjía y arcedianato tras la muerte de su tío gracias a una bula papal, pues no tenía la edad requerida.
Se convirtió en arcediano de Carmona en un período de esplendor en la
ciudad del Betis, donde el oro arribaba un día sí y otro también al
Arenal, mientras gozaba de plena juventud, fortuna y cargo prestigioso,
que se dedicaba a pasear por las calles de la urbe. Como es sabido, era una época de apariencias, y el joven arcediano se
encargaba de airearlas, no respetando siempre el cargo que poseía en la
Iglesia, ordenado tan solo de epístola o subdiácono, a lo que el padre
Aranda solía decir “como la edad era poca y la renta mucha, no fueron sus pasos tan ajustados a las obligaciones en que el estado de eclesiástico le ponían...”.
Fue protegido de Diego Vázquez de Alderete, canónigo de Sevilla, tomando de él su primer apellido. En Sevilla inició sus estudios, probablemente en la Compañía de Jesús, para pasar al servicio de don Diego de Espinosa, presidente de la Casa de Contratación de Sevilla. Cuando don Diego fue nombrado presidente del Consejo de Castilla, Mateo Vázquez lo acompañó como ayudante a Madrid, ordenándose sacerdote.
Muere Diego de Espinosa quien lega sus servicios a Felipe II,
obteniendo el cargo de secretario real. Aunque careció de mayor cargo, Vázquez ejerció una enorme influencia en
las decisiones del monarca, convirtiéndose en uno de los más estrechos
colaboradores de Felipe II. Su rivalidad con Antonio Pérez y Ana de
Mendoza de la Cerda,
Princesa de Eboli, le llevó a intrigar en su contra, siendo uno de los
que hicieron estallar el escándalo que provocó el encarcelamiento de
Pérez y el destierro de la princesa.
Y además como antiguo miembro de los seises de la catedral hispalense, fue el sostén económico de los mismos, ya que junto al mismo cabildo hispalense, consideraron provechoso ofrecer a los sevillanos un medio entrañable y
atrayente que les impulsara a venir a la Catedral para adorar al Santísimo expuesto en el Altar Mayor de la Catedral. Por esta razón, en nuestra ciudad no sólo actuaron desde entonces la capilla polifónica, los ministriles y los organistas, como era costumbre en otras catedrales españolas, sino también los seises, que bailaban un villancico acompañado por los ministriles.
Vázquez
de Leca dio un giro radical a su vida con ayuda de Fernando de Mata, un
santo varón que vivía por aquel entonces en Sevilla, y que le ayudó
gracias a su dirección espiritual. Años después de lo ocurrido, encargó la hechura de
un Crucificado a Juan Martínez Montañés. El encargo era preciso y en la escritura de concierto se estipula que “el
Cristo ha de estar vivo, antes de haber expirado, con la cabeza
inclinada sobre el lado derecho, mirando a cualquier persona que
estuviese orando al pie de Él, como que le está el mismo Cristo
hablándole y como quejándose que aquello que padece es por el que está
orando, y así ha de tener los ojos y rostro, con alguna severidad y los
ojos del todo abiertos”. Tanto el cliente como el artista
dejaron constancia documental de que la imagen debía ajustarse a un
determinado mensaje religioso. Tal vez también se tomó como referencia
el Cristo del Auxilio de la Iglesia de la Merced de Lima.
El joven Mateo Vázquez de Leca , ridiculiza
en un soneto los amores de Hero y Leandro, siguiendo las huellas
de Góngora y copiando, con una leve modificación, el chiste de los
huevos:
¡Cuerpo de Dios, Leandro enternecido!
¡Cuánto mejor te fuera haber pasado
en barcos de la vez el mar salado,
que no pasar a nado desde Abido!
¿No te fuera mejor haber vivido
y a pies enjutos tu mujer gozado,
y no llegar a Sesto resfrïado
en la primera noche de marido?
No son tan necios otros amadores,
que pasan a Trïana de Sevilla
todas las noches en barquetes nuevos.
¡Buen aliño tuvieron tus amores:
tú pasado por agua, Hero en tortilla,
y cenóse el diablo el par de huevos!
Pero Sevilla comenzaba su descenso, aunque aún le quedaban días de
gloria. En uno de esos días del año de 1600, el flamante Vázquez de Leca
había vuelto a la Catedral tras la procesión del Corpus, fiesta que
cada vez adquiría mayor importancia en la ciudad, y entonces observó una
figura que se movía en la penumbra de la Magna Hispalensis.
Era una visión borrosa o acaso la figura de una mujer la que se dibujaba al contraluz, y que además parecía llamarle, hacerle señas para que le siguiese. El arcediano, gran sabio de los placeres mujeriegos, se había dejado llevar por los encantos de bellas damas en múltiples ocasiones, y en esta sazón una curiosidad morbosa se apoderó de su mente. Siguió la insinuante figura hasta la Capilla de la Virgen de los Reyes, donde la descubrió quieta en uno de los oscuros rincones. Se acercó a ella y vio su rostro oculto por un manto.
Vázquez de Leca le pidió que se descubriera, pero la figura permaneció impasible. La ansiedad y expectación del subdiácono lo espolearon y se dirigió convencido para descubrir la cara de la sensual silueta que lo esperaba en las sombras. Con delicadeza y sin prisa apartó el manto que cubría el rostro, y ante los ojos atónitos del arcediano apareció la visión de la oscuridad, la penumbra del mundo, la carestía de esperanza, apareció el rostro de la muerte.
Pegó un respingo hacia atrás mientras la visión se apoderaba de su mente y comenzaba a gritar de terror. Las piernas le flaqueaban y los músculos se habían engarrotado a causa de la tensión, un sudor frío le pelaba la frente y su vestido de brocado y la sotana se pegaban a su espalda, empapada de un miedo helado, pero pudo recomponerse y trastabillar para coordinar sus piernas en una carrera despavorida a los gritos de “¡eternidad, eternidad, eternidad!” mientras salía de la Capilla de la Virgen de los Reyes con el rostro desencajado. Desde aquel día se impuso un voto de pobreza y recato, hasta su fallecimiento el 5 de mayo de 1591 debido a la gota.
Se crió en el Palacio Arzobispal de Sevilla, bajo la protección del cardenal Rodrigo de Castro. Su carrera fue deslumbrante, a los 14 años ya era canónigo de la Colegial del Salvador, a los 18 heredó la canonjía y arcedianato tras la muerte de su tío gracias a una bula papal, pues no tenía la edad requerida.
Fue protegido de Diego Vázquez de Alderete, canónigo de Sevilla, tomando de él su primer apellido. En Sevilla inició sus estudios, probablemente en la Compañía de Jesús, para pasar al servicio de don Diego de Espinosa, presidente de la Casa de Contratación de Sevilla. Cuando don Diego fue nombrado presidente del Consejo de Castilla, Mateo Vázquez lo acompañó como ayudante a Madrid, ordenándose sacerdote.
Y además como antiguo miembro de los seises de la catedral hispalense, fue el sostén económico de los mismos, ya que junto al mismo cabildo hispalense, consideraron provechoso ofrecer a los sevillanos un medio entrañable y
atrayente que les impulsara a venir a la Catedral para adorar al Santísimo expuesto en el Altar Mayor de la Catedral. Por esta razón, en nuestra ciudad no sólo actuaron desde entonces la capilla polifónica, los ministriles y los organistas, como era costumbre en otras catedrales españolas, sino también los seises, que bailaban un villancico acompañado por los ministriles.
¡Cuerpo de Dios, Leandro enternecido!
¡Cuánto mejor te fuera haber pasado
en barcos de la vez el mar salado,
que no pasar a nado desde Abido!
¿No te fuera mejor haber vivido
y a pies enjutos tu mujer gozado,
y no llegar a Sesto resfrïado
en la primera noche de marido?
No son tan necios otros amadores,
que pasan a Trïana de Sevilla
todas las noches en barquetes nuevos.
¡Buen aliño tuvieron tus amores:
tú pasado por agua, Hero en tortilla,
y cenóse el diablo el par de huevos!
Era una visión borrosa o acaso la figura de una mujer la que se dibujaba al contraluz, y que además parecía llamarle, hacerle señas para que le siguiese. El arcediano, gran sabio de los placeres mujeriegos, se había dejado llevar por los encantos de bellas damas en múltiples ocasiones, y en esta sazón una curiosidad morbosa se apoderó de su mente. Siguió la insinuante figura hasta la Capilla de la Virgen de los Reyes, donde la descubrió quieta en uno de los oscuros rincones. Se acercó a ella y vio su rostro oculto por un manto.
Vázquez de Leca le pidió que se descubriera, pero la figura permaneció impasible. La ansiedad y expectación del subdiácono lo espolearon y se dirigió convencido para descubrir la cara de la sensual silueta que lo esperaba en las sombras. Con delicadeza y sin prisa apartó el manto que cubría el rostro, y ante los ojos atónitos del arcediano apareció la visión de la oscuridad, la penumbra del mundo, la carestía de esperanza, apareció el rostro de la muerte.
Pegó un respingo hacia atrás mientras la visión se apoderaba de su mente y comenzaba a gritar de terror. Las piernas le flaqueaban y los músculos se habían engarrotado a causa de la tensión, un sudor frío le pelaba la frente y su vestido de brocado y la sotana se pegaban a su espalda, empapada de un miedo helado, pero pudo recomponerse y trastabillar para coordinar sus piernas en una carrera despavorida a los gritos de “¡eternidad, eternidad, eternidad!” mientras salía de la Capilla de la Virgen de los Reyes con el rostro desencajado. Desde aquel día se impuso un voto de pobreza y recato, hasta su fallecimiento el 5 de mayo de 1591 debido a la gota.
Una placa nos recuerda que fallecieron dos sevillanos muy conocidos, el Canónigo de la Catedral,
Mateo Vázquez de Leca, y el director espiritual de
Santa Ángela de la Cruz, José Torres Padilla.
Fuente: http://es.wikipedia.org - http://www.tertuliaandaluza.com - http://elaguadordesevilla.blogspot.com.es - http://cvc.cervantes.es
antoniocamel©2012
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