Cerca de la ciudad sanitaria, en el
distrito de Bellavista-La palmera, nos encontramos ante una calle
poco transitada. Con ese encanto característico de todas esas
callecitas sevillanas, con ese embrujo y belleza que desprende la
sencillez hispalense, donde es fácil alejarse del bullicio habitual
y perderse para encontrarse uno consigo mismo...
La calle Amalia Domingo Soler sin
duda nos evoca todo eso, como muchos de los parajes más recoletos de
la capital. La trayectoria de esta mujer ejemplar es desconocida para
la gran mayoría de sevillanos. Quizás a algunos les suene como
escritora y novelista. Lo que muchos desconocen es que fue una de las
figuras más relevantes de la doctrina espiritista española, además
de desempeñar un papel destacado en el movimiento filosófico del
espiritismo a nivel internacional.
Amalia Domingo Soler no tuvo una vida
fácil. Como tantos grandes hombres y mujeres a lo largo de la
historia, su destino parecía como si le impulsara a sufrir, a
superarse día a día... ese fortalecimiento interior y esa lucha
continua le llevó a vislumbrar otro tipo de realidad como iremos
viendo a lo largo de éste y del siguiente artículo.
En España, 1935 fue un año marcado
por ciertos conflictos religiosos y por la primera Guerra Carlista.
El 10 de Noviembre de ese año nació en Sevilla nuestra
protagonista. Poco después estuvo a punto de perder la vista por
completo. Gracias a unos medicamentos suministrados por un
farmacéutico logra conservar la visión, aunque el resto de su vida
sufriría problemas de retina.
Su padre abandonó a su familia.
Criada y educada solamente por su madre, sin dinero para costearle
una educación pero con mucho empeño y cariño para enseñarle a
leer y escribir, pronto la pequeña Amalia desarrollará pasión por
las letras, en concreto hacia la poesía.
A lo largo de su vida nunca llega a
casarse. Su alma gemela siempre seria su admirada madre, con la que
vivió inseparablemente durante toda su niñez, adolescencia y
temprana juventud. «Nuestros
espíritus se unieron de un modo tan admirable que solo con mirarnos
adivinábamos nuestros pensamientos»
tal y como recoge la propia Amalia en su biografía «Memorias
de una mujer», cuya
esotérica redacción analizaremos en el segundo artículo.
Su vigésimo quinto cumpleaños fue
un punto de inflexión en su vida. Su madre murió en sus brazos,
aquejada de una enfermedad incurable. El mundo entero se derrumbó
ante ella. Sola, pobre, de condición enfermiza y sin familia
destacable a la que acudir, el vacío existencial que experimentó la
joven Amalia le hizo incluso perder la memoria durante algunos meses.
La solución a la que se solía
recurrir, en una época de crisis como esa, era limitarse a ingresar
en un convento o tratar de casarse con un señor rico, pero ninguna
de estas opciones fueron del gusto de Amalia. Finalmente decidió
trasladarse a las Islas Canarias, donde vivió tres años en casa de
una hospitalaria familia amiga. Tras ese periodo de tiempo volvería
a Sevilla, dedicándose a la costura y tratando de ganarse la vida
con el arte de las letras, su gran pasión.
Algunas amigas le aconsejaron que se
mudara a Madrid, que allí ganaría más escribiendo y cosiendo. Una
vez allí colaboro en la revista «Álbum
de las familias», y
escribió su libro «Un
ramo de amapolas y una lluvia de perlas»,
dedicado a la Virgen de la Misericordia.
Pero su situación económica no
mejoró mucho. Su precariedad era tal que tuvo que empeñar la
mayoría de su ropa y pedir comida en ocasiones. Los días y las
noches que pasaba cosiendo afectaban a su ya delicada visión, al
punto que temía quedarse ciega.
La idea del suicidio rondaba ya por
su mente. Y es aquí cuando se produce un antes y un después en su
vida, su segundo punto de inflexión que le dará un sentido a su
sufrida existencia. De todo ello nos ocuparemos en el siguiente
artículo dedicado a esta sevillana especial.
Fuente: sevilla ciudad de abcSMYL©2014
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