SEVILLA MISTERIOS Y LEYENDAS: Costillares y el abanico

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6 de mayo de 2011

Costillares y el abanico

Costillares nació en Sevilla, en el típico y castizo barrio de San Bernardo, cuna de multitud de diestros. Es difícil establecer con seguridad la fecha de nacimiento y muerte de Joaquín Rodríguez “Costillares”, aunque la mas probable puede ser el 20 de julio de 1743 y la de su muerte en Madrid el 27 de enero de 1800.

Inició su vida taurina en el Matadero de Sevilla, donde su padre estaba empleado a las órdenes de la Real Maestranza de Caballería. Pedro Palomo, célebre lidiador sevillano, de quien era ahijado Costillares, que había observado sus excelentes aptitudes para la lidia, le aleccionó, siendo tan rápido su aprovechamiento, que pronto le llevó como sobresaliente de espada.
Comenzó en Málaga, y después toreó en Sevilla, Cádiz, Jerez y Puerto de Santa María, donde, a pesar de su juventud, participó en corridas con toreros de mucha fama como su maestro y padrino, Manuel Bellón (el Africano), Félix Barcáiztegui (Martincho).


Continuó su marcha triunfal y se quedó frente a frente con Pedro Romero, más joven que él, pero verdadera cumbre de la torería. La lucha que entablaron, que duró cerca de veinte años, fue apasionada y violenta. El estilo reposado, tranquilo y severo de Romero, que era toreo de brazos, sin filigranas, contrastaba con el alegre, regocijado y gracioso de su rival. De estas dos diferentes maneras de torear brotaron las dos escuelas: la rondeña y la sevillana.

La competencia terminó en forma muy triste para Costillares. Esta es la versión de Romero:

«En la Plaza de la Puerta de Alcalá le maté otro toro al Sr. Joaquín Rodríguez (alias «Costillares») en estos términos: Estando S.M. Carlos IV viendo los toros, le suplicó que quería matar un toro y el Rey se lo concedió; tomó la espada y la muleta, hizo la venia a S. M. y se fue y pasó al toro ; se presentó a la muerte, le dio una estocada y cogió los huesos; se preparó a la otra y le sucedió lo mismo; y teniendo la mano algo inutilizada de aquel carbunco que le salió en ella y conociendo que no podía ya matarlo, le hizo señas al Rey que no podía, por causa de la mano; respondió S. M. que si no podía aquél se presentaba ; entonces tomé la espada y la muleta y fui y lo maté»


Después de este desgraciado suceso Costillares no volvió a torear.

Costillares introdujo importantes reformas en la organización de las corridas y también en la técnica del toreo. Él impuso las cuadrillas organizadas. Antes, el empresario contrataba a conveniencia a los banderilleros y a los picadores, lo cual creaba un desorden en la plaza. La desorganización y falta de orden deslucía la corrida y también exponía a graves riesgos a los que tomaban parte en ellas por carecer de mando los toreros y de disciplina los peones y varilargueros.

Las empresas atendieron las peticiones del espada, y sería él quien llevaría bajo sus órdenes el personal que le pareciera más conveniente.


Estableció reglas para el uso de la capa, que se empleaba solamente en floreos y donaires. El lucimiento no contribuía a corregir defectos de las reses, que podían ser paliados con una lidia inteligente y acertada.

Inventó la verónica, uno de los lances de capa más difícil y artístico siempre que respeten las reglas establecidas por él.


Pero donde realizó la reforma más importante y esencial fue en la creación del «vuelapiés», como él le llamaba. La innovación de Costillares facilitó la muerte de los toros reservones; pero dañó al arte, ya que una estocada que él quiso que fuera solamente de recurso, como era más fácil que la de recibir, paulatinamente la fueron convirtiendo en definitiva, privando a la afición de la suerte más bella, artística, varonil y emocionante que ofrece el arte taurino.

También su talento innovador e influencia en el ambiente taurino, determinó el cambio de la indumentaria habitual de torero del siglo XVIII. El calzón y coleto de ante, la correa en la cintura y las mangas acolchadas, se sustituyeron por la chaquetilla bordada, las taleguillas de seda y la faja de color vivo.


Cuenta una leyenda popular que por los años de 1770, Costillares vino a torear a la Real Maestranza de Sevilla. En uno de los momentos en que se acercó a la barrera durante la lidia, una dama que estaba en primera fila de barrera le echó su abanico, pidiéndole que al terminar la lidia se lo firmara. Costillares, en vez de dejar el abanico en manos de su mozo de espadas mientras el terminaba la faena´, sonrió a la dama, requirió la espada, y sin muleta, se dirigió al toro.

Un grito de sorpresa recorrió los tendidos. Costillares, con la espada en la mano izquierda, abrió en abanico que empuñaba en la diestra, y citó al toro que acudió al engaño. Con el abanico de la dama a modo de muleta realizó toda la faena y remató citando a matar, enterrando la espada hasta la bola.



El toro cayó fulminado y entonces Costillares se dirigió a la barrera, pidió a su mozo de espadas algo sobre donde poder escribir, y usando la tabla de la barrera como mesa escribió en el abanico estas palabras: " Yo no firmo abanico sin historia", lo firmó y lo devolvió a la dama.


Fuente: http://tipiqueo.blogspot.comhttp://www.sevillaen360.es

antoniocamel©2011 http://sevillamisteriosyleyendas.blogspot.com/

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