SEVILLA MISTERIOS Y LEYENDAS: El Costurero de la Reina

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24 de febrero de 2010

El Costurero de la Reina

Si venís desde los Remedios, hacia el Parque de María Luisa, por el llamado Puente del Generalísimo, encontraréis, en la Glorieta de los Marineros Voluntarios, en la esquina que forman el Paseo de las Delicias y la Avenida de María Luisa, un pequeño edificio, cuyos cuerpos son redondeados como cubos de muralla, coronado de minúsculas y graciosas almenas, y pintado a rayas horizontales color ladrillo y color amarillento. Es un curioso, original y anacrónico pabelloncito, donde hoy está montada la oficina municipal de Información del Turismo, pero que tiene más de un siglo de antigüedad, y está enriquecido por una bella, romántica y nostálgica leyenda.



En los años de 1850 habían llegado a Sevilla para instalarse a vivir en nuestra ciudad, los Duques-Infantes de Montpensier, don Antonio de Orléans, y doña María Luisa de Borbón. Adquirieron para su residencia un gran caserón, que había sido Escuela de Náutica de San Telmo, en la época en que España tenía un imperio colosal, el mayor imperio que jamás haya existido en el mundo, y que llegaba desde el Mississippi hasta la Patagonia, abarcando todo el Continente de América, más las Islas Filipinas, las Marianas, las Calorinas, las Palaos, una buena parte de Indochina, llamada la Cochinchina, que después se ha llamado el Vietnam, y todo el Norte de África, desde Orán hasta Tánger. Habían sido tiempos en que España mantenía sobre los mares una numerosísima flota, y para ella hacían falta miles de marinos, por lo que se había creado en Sevilla la Real Escuela de Mareantes y Pilotos de la Carrera de Indias, que es como se llamó la Escuela de Náutica de San Telmo. Pero al perderse en 1825 nuestro imperio del Nuevo Mundo, ya no era necesario tal número de marinos, y la Escuela se cerró, quedando abandonado el Palacio de San Telmo, hermosísima obra arquitectónica del estilo churrigueresco, que no había llegado a terminarse.

Compraron pues, ese edificio los duques de Montpensier, quienes lo embellecieron y enriquecieron, añadiéndole en su fachada que da hacia la Fábrica de Tabacos (hoy Universidad), una hilera de estatuas, colocadas sobre la balaustrada de su terraza, que fueron hechas por el artista escultor Antonio Susillo, quien después cerró el romanticismo suicidándose de un pistoletazo, tal como antes lo había abierto, también de un pistoletazo, Mariano José de Larra, por amores de una sevillana.
El Palacio de San Telmo, fue completado por los duques de Montpensier, con el hermosísimo jardín, de casi un kilómetro de largo, que es lo que hoy llamamos Parque de María Luisa. Pero ese jardín no era, como hoy una serie de arriates con flores, a la manera francesa, sino más bien un parque de grandes árboles, y avenidas flanqueadas por arbustos, semi incultos, adoptando más bien un aspecto nórdico, que tal era la moda del romanticismo. Debió ser muy parecido, a lo que en Alemania hemos visto, en el llamado Parque del Teresianstein, o el parque del Sloschtein en la ciudad de Konigsberg hoy llamada Kaliningrado.

El bosque o parque del palacio de San Telmo, estaba rodeado de un muro o tapia, casi una muralla, y una de sus esquinas, era precisamente en el lugar de la glorieta actual de Marineros Voluntarios, mirando hacia Tablada, porque en aquel entonces, el río no iba por donde ahora, sino que doblaba, desde el Paseo de las Delicias, hacia San Juan de Aznalfarache, cruzando lo que ahora son Los Remedios.
En la esquina, pues, el muro del Parque de San Telmo, mirando hacia Tablada, había una puerta o mejor portón, por donde entraban los carros que traían de Tablada las frutas y hortalizas para la despensa de los duques de Montpensier. Por ese portón, salín asimismo el duque y sus acompañantes, a caballo, para sus cacerías en las dehesas de Tablada y Tabladilla, y en fin era la salida para el embarcadero del Guadalquivir, en el muelle que había en lo que entonces se llamaba Paseo de la Bella Flor.

Por ser tan importante esa puerta, se construyó junto a ella un pabellón que servía como Cuerpo de Guardia, cuando había guardia militar, en épocas en que tenía a Sevilla la reina doña Isabel II, prima de los Montpensier, o su madre la anciana doña María Cristina, quien años atrás había sido reina regente. Cuando no había guardia militar, el pabelloncito servía para estancia de los guardabosques.
Los duques de Montpersier tuvieron un hijo que se llamó Felipe, el cual murió de corta edad, y una hija, Merceditas, que a los quince años se criaba bella y dulce como una flor, en los jardines de San Telmo.
Merceditas era muy débil, y muy pálida, como una figurita de porcelana. El médico de Palacio, que era doctor Azopardo, con solemne chistera, bigotes y perilla, meneaba la cabeza con preocupación cada vez que la niña cogía un catarro. Luego, en la Facultad, comentaba con sus compañeros, los doctores Serrano, Ribera, Marsella y Gómez.

-" Me parece que la infanta no se va a lograr".

Para darle colores a su carita blanca, el doctor Azopardo recetaba potingues de pésimo sabor, que hacían que Merceditas protestase, y cuando se quedaba sola con su aya, en venganza, le llamaba la doctor Azopardo, el doctor Gato Pardo. También mandaba el doctor Azopardo que la niña tomase mucho el sol mientras daba puntadas en sus labores de aguja.
El duque de Montepensier, adoraba a su hija, y soñaba para ella con una corona de reina. Así que cuando la agitación política de los años 65 comenzó a hacer tambalearse el trono a Isabel II, hizo lo imposible por hacerse dueño de la situación, y ser nombrado rey, al destronamiento de su prima. Sin embargo, sus sueños se desvanecieron en humo. Don Antonio de Orléans, duque de Montsepier, el más aparente candidato al trono de España, malogró sus aspiraciones a causa de un desafío que tuvo con su primo. Un desafío a pistola, en el que en realidad se ventilaba un puntillo de honor caballeresco. Al estilo de la época romántica. Ninguno de los dos primos tenía intención de herir al otro, sino de darse por satisfechos con el simulacro de duelo, disparando hacia lo alto. Pero por un azar desgraciado don Antonio de Orleáns tropezó en el momento de apuntar caminando hacia su primo, y la bala salió más baja de lo que él quería, dando a su primo en la frente.

Este fatal suceso incapacitaba a don Antonio de Orleáns para ser rey de España, porque al haber matado en duelo a su primo, había quedado excomulgado, y el Papa no podía reconocer como rey católico, a un excomulgado. Así que los generales del triunvirato militar que gobernaba provisionalmente el país, tras el destronamiento de Isabel II, los ilustres Prim, Serrano y Topete, no pudieron ofrecer la corona al duque de Montpensier, y tuvieron que buscar un nuevo rey para España, fuera de nuestras fronteras, en la persona de Amadeo de Saboya.
El duque de Montpensier, no se dejó abrumar por el desaliento, sino que en su salón del Palacio de San Telmo, dijo estas palabras con acento profético.

- Yo no seré rey, pero de todas formas, mi hija si será reina.

Y desde ese mismo día, don Antonio empezó a conspirar para conseguir echar del trono a don Amadeo I de Saboya, el cual hubo de abdicar al año justo de su reinado. Entonces don Antonio alentó al general Martínez Campos para que restaurase la dinastía de Borbón, poniendo en el trono al joven don Alfonso XII. Y después de ese paso, doña María Luisa se encargaría de que el joven rey tomase por esposa a Merceditas de Montsepier.
Todo salió tal como los duques lo habían preparado. Alfonso XII fue rey, vino a Sevilla en primavera, y el perfume de los claveles, el rumor del río, las alegres mañanas de excursión, las emotivas procesiones de la Semana Santa, con olor a incienso y a azucenas, todo se conjuró bajo el clarísimo cielo de Sevilla, para que el joven Alfonso XII se enamorase de su prima, y decidiera casarse con ella.

Alfonso XII, vivía en el Alcázar. Por la mañana, los días que no estaba previsto ir a San Telmo, se quedaba en su despacho del Alcázar recibiendo comisiones oficiales, o estudiando negocios del Estado con sus ministros. Pero invariablemente a las doce menos cuarto interrumpía su trabajo, porque era la hora de su ejercicio de equitación.
Montaba un caballo, y se salía por el postigo del Alcázar, que daba a la Huerta del Retiro, y del Prado de San Sebastián. Pero en vez de pasear por el terreno que su profesor de equitación le había señalado, el joven rey metía espuelas, y dando la vuelta por las tapias de San Telmo, iba a acercarse al pabellón de guardabosques, donde Merceditas estaba cosiendo. Alfonso echaba pie a tierra y pasaba cuatro o cinco minutos nada más al lado de su prima, sentados en la salita de costura, bajo la mirada siempre desconfiada y autoritaria de la vieja aya, que tosía impertinentemente, si el rey se atrevía a propasarse cogiendo una de las blancas manos de su prima.

Inmediatamente Alfonso tenía que montar otra vez a caballo y regresar al Alcázar porque el cuarto de hora de equitación había terminado y a las doce ya tenía citada audiencia oficial en el salón de embajadores.
Merceditas, ilusionadísima y enamorada, en ese pabelloncito de guardabosques se cosió gran parte de su propio ajuar como cualquier mocita casadera de su época.
Y por fin se casaron. Pero duró poco la felicidad de la luna de miel, porque Merceditas, a poco tiempo de llegar a Madrid empezó a toser y toser. Los médicos se alarmaron, y para quitarla del frío del vetusto Palacio de Oriente, la mandaron a reponerse a Sevilla. Aquí estuvo una temporada, intentando que el sol de Andalucía templase el frío de la muerte que poco a poco se la iba metiendo en los huesos.

Merceditas salía del Palacio en las mañanitas de sol, apoyada en el brazo de su aya, y se iba al pabelloncito, al costurero, y allí intentaba distraerse cosiendo. Pero en vano, porque su corazón estaba lleno de tristeza, pensando en que pronto iba a dejar solo a su amado Alfonso. Cuando él, desesperado Alfonso XII, ve que su esposa no mejora en Sevilla, la lleva a Sanlúcar de Barrameda, pero lo que no había logrado el sol sevillano tampoco lo consigue la brisa del mar.
Merceditas, más pálida que nunca, arrebujada en una manta de piel, tiritando, regresa a Madrid, donde tiene ya fijada su cita con la muerte.

El último lugar de Sevilla que quiso ver, al paso hacia Madrid, fue su casita del guardabosque, el rincón donde desde niña se había sentido más dueña de su intimidad, donde había soñado, y donde había amado. Ese pabelloncito de los jardines, donde termina San Telmo y empieza el Parque de María Luisa, que desde entonces se llama <>.
 
Fuente: http://www.leyanda.org/

6 comentarios :

Anónimo dijo...

-El pabellón conocido en la leyenda como "El costurero de la reina" no fue construido hasta varios años después de la muerte de Mª de las Mercedes.

Antoniocamel dijo...

eso desmontaría la leyenda...

Maria de los Angeles dijo...

Completamente de acuerdo con anonimo, la reina murio en 1878 y en la puerta del "Costurero" reza una placa que el edificio construido por Juan Talavera se inauguro en 1893. Aunque hasta ahora siempre hemos creido esa historia la realidad es que no es cierta.

Maria de los Angeles dijo...

Completamente de acuerdo con anonimo, la reina murio en 1878 y en la puerta del "Costurero" reza una placa que el edificio construido por Juan Talavera se inauguro en 1893. Aunque hasta ahora siempre hemos creido esa historia la realidad es que no es cierta.

Antoniocamel dijo...

pues lo dicho, por eso es una leyenda

Anónimo dijo...

YO TENIA ENTENDIdO QUE EL COSTURERO DE LA REINA FUÉ EL PABELLÓN DE MARRUECOS EN LA EXPOSICIÓN DE 1929.

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