Ejerció de maestro de navegantes como matemático y astrónomo. Fue pues, don Juan, uno de los afortunados semidioses del Siglo de Oro español, a quien cupo la fortuna de vivir plenamente las aventuras, los viajes, los peligros y la gloría.
No obstante, como incluso la aventura y la gloria cansan, acabó por retirarse de los viajes de la exploración y conquista, y se ajustó a una vida más moderada, consiguiendo el cargo de piloto mayor de la Carrera de Indias, con el que podía disfrutar de un año de navegación y seis meses de puerto, a las órdenes de la Casa de Contratación de Sevilla. En este tiempo, tendría él alrededor de los cuarenta años de edad, se casó, enviudó, volvió a casar y volvió a enviudar, porque en aquel entonces las mujeres morían con gran facilidad de los achaques del parto y del sobreparto.
En resumen, nuestro don Juan Ramírez, en sus diferentes matrimonios, llegó a juntar una prole de cuarenta y dos hijos legítimos, y por aquello de que no era un santo, y las costumbres de la época lo toleraban, allegó otros nueves de los llamados "de ganancia" o "habidos en buena lid". En total cincuenta y un hijos que por ley, o por dispensación, llevaron sus apellidos.
A los sesenta años don Juan abandonó el mar, y se dedicó en Sevilla a la enseñanza de las Matemáticas y la Astronomía, en la Escuela de Mareantes. Así estuvo durante algunos años más; hasta los ochenta y cinco.
Decidió entonces jubilarse de la enseñanza, pero no siendo de condición perezoso, arbitró otra actividad en que entretener su tiempo, y fue ésta la de realizar dibujos topográficos, entretenimiento que alternó con la lectura de libros bíblicos y obras de los Santos Padres de la Iglesia. De resultas de cuyas lecturas, a los noventa y dos años, decidió empezar a estudiar la carrera de sacerdote, que había implantado poco antes el Concilio de Trento. Así pues, a los noventa y dos años se hizo seminarista, y curso por curso, hizo sus cuatro de Humanidades y sus tres de Teología, y consiguió ordenarse sacerdote a los noventa y nueve años de edad.
Murió con 121 y no de muerte natural sino al caer de unas escalerillas que cruzaba la calle de las palmas.
Extraído de Leyendas y tradiciones sevillanas, de Jose María de Mena.
Fuente: http://koko-kurioso.blogspot.com
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